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LEA Y DIFUNDA
El Partido
Popular de la Reconstrucción quiere lo mismo que siempre ha querido: llevar
al ámbito político los valores, las ideas y las acciones en las que ciframos
el logro de la independencia nacional, y la salud física y moral de los
argentinos en toda la amplitud de nuestra espléndida geografía.
Centramos nuestra mirada, en primer lugar, en la plena defensa de la
concreta Nación Argentina a la que nos une la aceptación –sin beneficio de
inventario- de su pasado y el compromiso en la construcción de su porvenir;
porque sabemos, contrariamente a las opiniones mas difundidas en los
círculos intelectuales contemporáneos, que la nación en sí misma sigue
siendo el objetivo primero e imprescindible de la acción política; y que su
vigencia se mantiene o, en todo caso, debe mantenerse incólume, a pesar de
la descalificación que sufre por parte de los corifeos del Nuevo Orden
Mundial.
Es en esta vida en común de los argentinos, en la que nos consideramos
obligados a poner nuestros esfuerzos para contribuir a alcanzar su
perfección posible. No tan sólo en el logro de la riqueza y bienestar del
pueblo, también en la justicia que debe establecerse en la distribución de
los frutos, de los esfuerzos y de las responsabilidades. El carácter
instrumental del trabajo lo valoramos no sólo como justificación de las
retribuciones pecuniarias y como prenda de la propia dignidad de los
trabajadores, sino también como la concreta participación de todos los
hombres y mujeres en la empresa común que es la Nación. Queremos que la
protección de la vejez no contemple sólo la compensación económica debida,
sino también el reconocimiento de su papel decisivo actual dentro de la
familia y en la sociedad. Y es precisamente por la valoración que hacemos de
estas instituciones, la sociedad y la familia, que buscamos aportar todo lo
que contribuya a la solidez del matrimonio monogámico y restablecer y
conservar la autoridad paterna durante la minoridad de los hijos y su papel
como fuete primaria de su formación, educación y su integración social.
Queremos la restauración en su dignidad y en su misión de las instituciones
vitales del Estado, como la comunidad de los maestros de todos los niveles y
las mismas burocracias nacionales y locales; propiciamos la revalorización
de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, sistemáticamente rebajadas en la
consideración que su función exige por las autoridades y los medios de
comunicación y humilladas en muchos casos por rastreros motivos ideológicos.
Sostenemos la vigencia y el valor de orden sindical para el encuadramiento
del trabajo y para la defensa de los intereses sectoriales; y no aceptamos
que las desviaciones de su objeto –que deberán ser corregidas cuando
existan- sean utilizadas para desarticularlo.
Y hasta la justamente desprestigiada clase política es objeto de nuestras
inquietudes precisamente por saber –como sabemos- que sin hombres preparados
psicológica, intelectual y moralmente, peligran las instituciones y se
alejan las posibilidades de reordenar a la Nación en su destino.
Hace aproximadamente un año, presentamos un documento político dedicado a
examinar las perspectivas que se le mostraban al país en la etapa comenzada
con la asunción del Presidente Kirchner. Destacábamos entonces, que la
inicial consolidación de la imagen presidencial se desarrollaba en el cause
ideológico, político y económico de la social democracia de izquierda que
con el inestimable auxilio de grandes órganos periodísticos nacionales y
extranjeros, contribuía a levantar en el terreno publicitario, el atractivo
popular de su figura y de su imagen. Pero afirmábamos también que la
ejecución de ese proyecto suscitaba una serie de obstáculos acrecidos por la
circunstancia de tratarse de una combinación más o menos improvisada antes
que trabajosamente elaborada.
Advertíamos que la versión social demócrata de izquierda era igualmente
sumisa que su alternativa de derecha para con los lineamientos esenciales
del sistema económico diseñado por el mundialismo capitalista. Y que ello
era encubierto por la reubicación de los grupúsculos setentistas a los que
se instaló estentóreamente como impulsores de las innovaciones culturales de
la izquierda y de su promoción publicitaria, a condición, por cierto, de que
abandonaran sus viejos impulsos revolucionarios acerca del reemplazo del
capitalismo.
Esta combinación conformada por el acatamiento sustancial a las exigencias
de mundialismo económico y por los alardes populistas, tiene su correlato
político en el equilibrio que se intenta, a veces, como una operación
“transversal” y otras recurriendo al aparato electoral del justicialismo
cuyos referentes principales, encabezados por Duhalde, pasaban a girar en la
órbita gubernativa a sus impulsos de sus necesidades de subsistencia como
políticos profesionales.
El Desafío Económico: La Deuda Externa
El este campo, el gobierno ha adoptado una actitud absolutamente congruente
con el planteo social democrático elegido, que consisten en satisfacer todos
los requisitos de readmisión en el conglomerado mundial del capitalismo –del
que quedamos marginados a partir de la crisis del 2001-, pero velándola con
el manto retórico de un discurso desafiante para consumo interno. Para ello
se mantuvo incólume el estatuto jurídico y económico de la integración que,
iniciado por el Proceso en los ya lejanos tiempos de Martines de Hoz, fue
concretado por los sucesivos gobiernos y, en particular, por Domingo Cavallo
tanto en su versión menemista como en la delarruista.
Ese estatuto consistía, y aún consiste, en el régimen del libre cambio de la
moneda internacional con la mayor estabilidad posible de la moneda nacional,
es decir, en el abandono de la moneda como instrumento soberano de la
política económica para convertirla sólo en un porcentaje técnico de la
moneda de referencia. También, en la habilitación contractual de la
competencia de Tribunales extranjeros –arbitrales o judiciales- para la
resolución de los conflictos originados en los negocios internacionales
privados; en el mantenimiento sin observaciones del régimen estatuido por
los convenios CIADI que comportan la delegación a Tribunales Arbitrales de
naturaleza corporativa de los conflictos en que estuviera comprometida la
misma soberanía del Estado; en la neutralidad del régimen arancelario y en
la consecuente desprotección de la producción interna; o en el sistema
impositivo, también neutral, que configura un escenario altamente
contraproducente en lo referido a las inversiones y crecimiento de los
sectores productivos nacionales. Todos estos aspectos, entre otros, han
quedado prolijamente ratificados en la actualidad sin que se insinúe, por
ahora, la menor tentativa de su revisión legislativa.
Quede claro que no ignoramos los alcances “cuaci” constitucionales de las
normas que consagran este sistema de dependencia. Tampoco, por cierto, el
poder cultural y mediático de los grandes promotores de la economía mundial
y los voceros locales que se empeñan en demostrar el absurdo de cualquier
forma de economía nacional. Sólo queremos destacar que nuestra convicción
nos exige luchar por la recuperación para el Estado Argentino del control y
gobierno, en la mayor medida posible de su propia economía. Ello requiere
adecuar los instrumentos jurídicos a las exigencias del propio planeamiento,
confrontar con el asedio financiero que nos afecta, y hacerlo, sin desdeñar
la realidad, en la medida que es política y económicamente posible. Ese
reconocimiento de la realidad, que propiciamos como requisito ineludible de
toda tentativa sería de lograr su modificación, de ningún modo justifica la
ratificación explicita de los criterios consagrados en materia de
dependencia para con los centros de decisión del mundialismo capitalista
como el que surge del decreto 30.302 del 15 de marzo de 2004, que citaremos
a título de ejemplo, (dictado por el Presidente Kirchner en ejercicio de
facultades delegadas por el Congreso) y que textualmente dice: “Autorice la
prorroga de jurisdicción a favor de los tribunales estatales y federales
ubicados en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, y la renuncia a oponer
la defensa de la inmunidad soberana”.
Dentro del planeamiento llevado adelante por el gobierno, que mantiene
prolijamente las condiciones jurídicas de la dependencia ya comentadas,
resulta indispensable dejar atrás la cesación de pagos internacionales. La
comunidad económica mundial, que no se inmuta frente a los devaneos
culturales más o menos izquierdistas, requiere, sin embargo, que el país
afronte satisfactoriamente los conflictos pendientes con los acreedores
externos y, asimismo, la adecuación de las tarifas de los servicios públicos
en manos de consorcios internacionales beneficiados escandalosamente, en su
momento, por el proceso privatizador de la era menemista. Ambos aspectos son
presentados como decisivos para recuperar la confianza (y por lo tanto los
créditos y las inversiones) del mismo sector que ha protagonizado la
desnacionalización de nuestra economía.
Los dos temas que estamos tratando –la renegociación de la deuda externa y
la actualización de las congeladas tarifas de los servicios públicos- son
ejemplos claros de la tesis que sostenemos. En el primer caso, si dejamos a
un lado las diferencias formales que puedan existir entre las maneras
diplomáticas del Ministerio de Economía y el mal gusto habitual de las
actitudes presidenciales orientadas a engalanar su imagen para el consumo
interno, lo que debe quedar en claro es que el éxito que se logre será la
reincorporación de nuestra economía al orden mundialista en sus términos y
según sus estipulaciones; que más allá de un discurso de barricada contra el
Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial no sólo se les abona
religiosamente sus créditos directos, sino que se les reconoce la condición
de árbitros legitimantes del posible acuerdo con la masa de acreedores. Por
otra parte es claro también que no se ha puesto el menor empeño en
determinar el carácter espurio de una parte importante de esa deuda; ni,
supuesto que las sucesivas negociaciones hubieran alejado la posibilidad de
repudiar parte de ella, en establecer claramente para la sociedad las
sucesivas complicidades entre los representantes de los acreedores y muchos
de nuestros negociadores para arribar a la calamitosa situación actual.
Por su parte, en lo que concierne al replante contractual con las empresas
concesionarias de los servicios públicos –cuestión muy sensible a los grupos
multinacionales que son sus titulares-, se ha adoptado el camino de diferir
cualquier solución que pueda incidir gravosamente en los presupuestos
familiares. Se prefiere empantanar toda búsqueda de acuerdo a sabiendas de
que la mayor parte de los diferendos quedarán sometidos a los Tribunales
Internacionales CIADI cuyas sentencias, casi con certeza, serán
desfavorables para nuestro país y que su posible incumplimiento acarreará lo
contrario que el gobierno está buscando: la eliminación de la comunidad
financiera internacional. Máxime cuando se ha admitido –como ya se ha dicho
reiteradamente- la competencia de los tribunales en los que la rapidez con
que se tramitan estos juicios acrece la sensación de desconfianza, tan
estúpidamente estipulada por los agravios que se les infiere a las empresas
que son –sin duda- las grandes aprovechadoras de la política de
privatizaciones encarada, en su momento, por las autoridades nacionales con
el acompañamiento, dócil o entusiasta, de los legisladores.
No permite imaginar un giro copernicano de la orientación estratégica
económica en curso ni la presencia al frente del Ministerio de Economía de
un hombre, ciertamente capaz y dotado de una notoria prudencia, pero afín a
la concepción mundialista, ni la de los sucesivos Presidentes del Banco
Central, representantes de la misma corriente de pensamiento y de los mismos
intereses. Tampoco la conformación humana del más alto Tribunal de la
República, integrado por juristas claramente identificados con la dilución
del Estado Nacional; ni la tentativa gubernamental y mediática de mantener
en su cargo a quien, como el Dr. Boggiano, no obstante su notoria
pertenencia a la “mayoría automática” del período menemista, se lo pretende
preservar en su cargo debido a su intenso compromiso intelectual con la
concepción mundialista del derecho, que lo erigió en el autor de votos
decisivos que legitimaron esa tendencia.
Para afrontar los problemas mas graves que comprometen nuestro futuro, el
gobierno ha preferido refugiarse en la imagen mediática en desmedro de la
acción correctora de la realidad. Se han agravado situaciones que, sin duda,
venían de arrastre y que estuvieron presentes desde el primer momento en el
horizonte gubernativo, por la búsqueda del golpe de efecto, por la
declamación, acompañados del enfoque erróneo dado a la acción positiva y
concreta sobre la sociedad. La sanción que la comunidad financiera mundial
prevé frente a incumplimientos de la naturaleza analizada consiste, en lo
fundamental, en dejar al incumplidor librado a su suerte. Era por lo tanto
indispensable colocarse en condiciones de afrontar esta hipótesis y para
ello el período de la negociación debió ser aprovechado para aglutinar los
factores reales del sistema de convivencia para negociar, desde una posición
de fuerza, con la comunidad de acreedores; siendo esta la oportunidad de
encarar un proyecto realista de autosuficiencia para reformular en la medida
de nuestros intereses y de las posibilidades existentes una nueva forma de
armonía con el mundo, diferente a la que nos ha sido impuesta hasta ahora y
que el gobierno pretende continuar.
Vivimos todavía el empuje generado por la ruptura del régimen de la
convertibilidad. La recuperación lenta, pero hasta ahora continuada, de
nuestra economía no puede ser sólo un subproducto de un tipo de cambio más
realista y de la utilización creciente de bienes de capital ya instalados.
Los condicionamientos, pero también las oportunidades, que ofrece la
realidad colocan al gobierno frente a una disyuntiva: puede continuar como
hasta ahora disfrutando de la inercia favorable generada por la devaluación,
poniendo todo su esfuerzo en insertarse nuevamente en el proceso mundialista
globalizado, posibilitando la degradación del trabajo y las reacciones
esquizofrénicas frente al problema de la seguridad, contribuyendo al
quebramiento de los valores, a la desvalorización de la familia o a la
desvirtuación del sentido profundo de la educación, con lo que no logrará
otra cosa más que acelerar el proceso de decadencia que afecta nuestra
conveniencia; pero, también es cierto que, si hubiera voluntad de hacerlo,
se podría reencauzar el rumbo para cumplir con el imperativo político de
independizar nuevamente a la Nación, superar nuestras dificultades
económicas y recuperar la salud física, moral y política de los argentinos.
El Trabajo del Hombre.
La desocupación, en los términos y magnitud que se presenta entre nosotros,
tiende a instalarse con alcances endémicos y obedece a varias causas que
viene de arrastre y que el nuevo gobierno recibiera ya en plena ebullición.
Algunas de sus raíces se encuentran profundamente arraigadas en nuestro
medio, entre ellas los decisivos cambios registrados en los sistemas de
producción industrial con los automatismos cibernéticos desplazadores de la
mano de obra, incluso en el campo agropecuario; las políticas arancelarias
que han deprimido la industria nacional; la inexistencia de selección alguna
en cuanto a la radicación de capitales externos particularmente volcados a
la mediación comercial o hacia los servicios públicos con clientela cautiva.
Aunque más remota, pero arraigada en la conciencia de buena parte de la
clase dirigente política y empresaria y entre los sectores altos o modestos
del mundo laboral, habría igualmente que destacar la influencia que posee la
progresiva desnaturalización de la misma concepción del trabajo, vaciado de
su condición de instrumento por excelencia de la participación en el
esfuerzo y el premios de la sociedad, y reducida a una mera expresión de
lucro individual (que lo es además sin duda alguna). Esta serie de
ingredientes hace que no sea fácil restablecer en sus cabales el sentido
profundo y complejo del trabajo pero hace también que sea preciso
desafiarlos en una política de largo aliento que procure la reconstrucción
del tejido social de la nación.
Sin embargo, el Presidente Kirchner y su gobierno desestiman los aspectos
sustanciales para abocarse únicamente a sus exteriorizaciones más
perturbadoras con un asistencialismo mal programado. Esto se lleva a cabo
mediante subsidios misérrimos, inocuos para satisfacer las exigencias de
subsistencia personal y familiar y que, sobre todo, son contraproducentes en
sus efectos. Mediante ellos se retrae el compromiso psicológico de los
desocupados con la obtención de una actividad social y personalmente útil y,
además, se activan los índices delictivos y el desorden social representado
por los grupos piqueteros. Véase respecto a esto último que los disturbios
(callejeros y algo más) que protagonizan estos grupos nada tiene que ver con
el estilo que es norma en las negociaciones laborales o la defensa de las
fuentes de trabajo por parte de los sindicatos, sino que su efectividad
reside en irrupciones mas o menos extorsivas en el ámbito ciudadano que no
excusa que se trate de única vía disponible para dichos sectores.
La consolidación del sistema consagrado, si aprovechamiento por parte de la
dirigencia piquetera y de los operadores que distribuyen “los planes”, la
insuficiencia de inversiones de infraestructura industrial y un cierto
acostumbramiento en la holgazanería concurren al mantenimiento de esta
viciosa administración del atolladero. A lo que se suma en apoyo del
desorden resultante el ideologísmo que anida en amplios sectores del
gobierno que conducen a desincriminar conductas delictivas confundidas con
las prácticas piqueteras; ellas no sólo van carcomiendo la imagen a la que
el gobierno apuesta su subsistencia, sino que alejan el camino a su solución
definitiva.
El PPR ha propuesto en tal sentido la inclusión en el horizonte de la
emergencia laboral de los aspectos sustanciales que la generan (menosprecio
para con el trabajo del hombre como prenda de su dignidad, mal manejo de las
inversiones, ausencia de crédito accesible y de control de su empleo,
abandono de la protección arancelaria a la industria nacional, etc.).
Y como no podemos y queremos desconocer la gravedad de lo inmediato
propiciamos limitar en el tiempo este tipo de subsidios genéricos a la
desocupación y otorgar la administración de los aspectos puramente
asistenciales a las organizaciones obreras, que bajo el debido control
estatal administren los subsidios (y eventualmente los incrementen si fuera
posible) y a la vez provean la capacitación de los desocupados para su
inserción en áreas específicas y a la defensa de los grandes objetivos
nacionales de los que dependen la recuperación de las fuentes de trabajo y
la integración social de la multitud de desocupados.
La Seguridad.
La ideología derecho humanista, en sus dos vértices de izquierda y derecha
(la que podríamos ejemplificar con Kirchner con su equipo y con Menem o
López Murphy) concibe a la seguridad como un bien de cada uno de los hombres
más o menos imbricados en la sociedad. De esto se sigue como necesidad
lógica que la seguridad le debe ser reconocida tanto al delincuente como a
la víctima. Por lo tanto al primero se lo protege de la dimensión represiva
(que es llamada a preservar la seguridad del conjunto), por medio del
garantísmo desmesurado que ha sido incorporado a la práctica penal, y que
torna absolutamente ineficaz el ejercicio de la represión por parte del
Estado. En lo concerniente a la seguridad de la ciudadanía las implicancias
del criterio adoptado no son menores. Se supone que a estos últimos le será
provista la defensa de su indemnidad personal, pero como esto no es posible
frente a la dispersión de los delitos, la respuesta de una parte de la
población -racional, es cierto, pero perversa en sus implicaciones- no es
otra que la del refugio de los pudientes al amparo de los “guarda espalda” o
en el de los ghetos, custodiados privadamente, los “countrys” o sus
análogos. El resto, la decisiva parte de la ciudadanía que no puede acceder
a estos niveles de auto protección mercantil, queda abandonado a su suerte y
al estéril reclamo de un servicio al que el Estado se ha inhibido
dogmáticamente de prestar con la fortaleza necesaria. A esta serie de
aberraciones oficializadas y profundamente incorporadas a la acción oficial
le sigue –también con lógica inobjetable- la desvirtualización de las
instituciones asignadas a cubrir esta exigencia: Policías de Seguridad en
todas sus versiones, se muestran, por un lado, impotentes para reestablecer
los niveles indispensables de seguridad; por el otro lado se alienta la
descomposición radical de estas mismas instituciones, en las que se ha
infiltrado el morbo individualista que invalida el honor y las jerarquías
corporativas que le son propios y abre pródigamente los pliegues por donde
se infiltra la corrupción. Vano es remediar esta última mediante solo
invocaciones a la moral y al castigo, seguidas de las purgas a las que se
recurre sin ninguna sensatez, cuando lo que hay que restablecer es el objeto
mismo de las instituciones comprometidas, tanto en su faz educativa como en
su desempeño. El olvido de tan elemental criterio es lo que alimenta el
descomedimiento policial e implanta el “sálvese quien pueda” como único
arbitrio de subsistencia personal (y en el mejor de los casos el
restablecimiento de la defensa personal que fatalmente aviva el desorden
social). Es preciso por lo tanto que la nación tome conciencia de la
verdadera naturaleza del problema y adopte los criterios que hemos querido
expresar en contraste a la crítica.
La Defensa Nacional.
El acuciante problema de la seguridad interna no nos autoriza a olvidar que
la noción de seguridad es compresiva de la externa, puesto que ambas se
confieren entre sí recíproco apoyo. Realidad esta que en los últimos veinte
años los gobiernos sucesivos han desconocido, haciendo de ello un título de
honra por sus connotaciones pacifistas y anti militaristas. La justificación
de actitudes de esta índole recalan en el supuesto de que la Paz Mundial es
el supremo y en realidad único requisito de seguridad de las naciones y que
su manejo y administración le esta conferida a los Organismos
Internacionales que, por el momento, reclaman de las naciones la renuncia a
toda posibilidad bélica, ofensiva o defensiva, con la negación de las
hipótesis de conflicto.
La operación a la que adscriben los gobiernos dependientes en general y con
particular entusiasmo el actual gobierno de Kirchner consiste en la
eliminación de un fctor molesto: las Fuerzas Armadas, bajo la excusa de su
trivialidad y la suposición de que la seguridad externa de las naciones no
es de la incumbencia del Estado Nacional sino de los Organismos Mundiales.
No deja de ser sorprendente esta actitud por parte de un gobierno que se
precia de agraviar sistemáticamente –si bien “de la boca para afuera”- a los
ejecutores económicos de la política mundial y que, sin embargo, se allana
sin reservas a las directivas impartidas desde ese mismo eje del poder en
que queda com-prometida la seguridad externa del país. El pleno
restablecimiento de Fuerzas Armadas nacionales adecuadas a la defensa no
debe ser, por lo tanto debatido con argumentos sentimentales (favorables o
antagónicos) sino resultar del objetivo reconocimiento de que su existencia,
solidez e identificación nacional constituyen un instrumento indispensable
de la soberanía, cualesquiera que sean las circunstancias por las que
atraviesa la nación y en especial cuando se ve sometida a asedios económicos
provenientes de los mismos cenáculos a los que de hecho se delega la
protección de su seguridad externa.
La Educación.
Estamos convencidos de que la educación del pueblo, es la porción asumida
por el Estado Nacional ya sea mediante su ejercicio directo ya mediante el
control de sus manifestaciones más o menos privadas, no posee otra finalidad
que la de encauzar la vida personal y social de la ciudadanía en el marco de
pautas culturales que la tradición el primer lugar y la identificación con
las verdades sustanciales de la civilización cristiana consagran en tanto
constitutivas de la “buena vida”, las instalan en la conciencia de un
pueblo diseñando su identidad y alentando su compromiso con el destino de la
nación. Bien entendido que cuando se pierde o siquiera se diluye esta
identidad y este compromiso, la nación corre riesgo de extinguirse en lo
inmediato.
En este mismo orden de las ideas es preciso destacar que al Estado, en su
misión educativa, le incumbe igualmente el perfeccionamiento de las
“destrezas” pero ellas no en tanto la capacitación se utilice en provecho
propio (como de hecho sucede), con la consiguiente y hasta el momento
imparable “fuga de los cerebros” que se refugian en extrañas latitudes en
donde sus capacidades son mejores retribuidas, sino en una política de
ordenamiento y aprovechamiento de los talentos al servicio del bien común
nacional y por cierto del progreso económico, social y cultural de la nación
que los capacita.
La actitud del gobierno frente a la educación se inscribe en cambio en una
intensa desnaturalización de su misión educadora de larga data,
intensificada ahora por la decisiva incidencia ideológica de la izquierda
cultural aposentada en las estructuras educacionales del gobierno (suerte de
“premio consuelo” conferido a los domesticados subversivos de los años 70).
Es así como se va imponiendo como estilo dominante la indisciplina en todos
los niveles de la educación oficial bajo la excusa de supuestos derechos
individuales del alumno y como se van reduciendo las exigencias escolares en
homenaje a una suerte de demagogia estudiantil.
Así también se va diluyendo la identificación del educando con su pasado
mediante la canalización de materias como historia y geografía, reemplazadas
en buena medida por programas dedicados a la promoción de los “derechos
humanos” de carácter ideológico (debidamente adornados con episodios de lo
inmediato con los que se concurre a dividir a la sociedad entre réprobos y
elegidos). No es menos grave que se desvalorice la misma práctica encarnada
de la virilidad y la femineidad, a los que se pretende disolver mediante la
peregrina apelación al género; ni la parafernalia ideológica instalada en
los colegios y ante la opinión publica acerca de que el sexo, en sus
diferencias específicas, no es o ha dejado de ser el impulso vital que
encamina a lo hombres y mujeres a su plenitud personal y social, sino tan
solo el instinto libertario con el que se promueve sólo la búsqueda del
placer y que permite el matrimonio homosexual, el aborto como derecho
inalienable de la mujer, o la promiscuidad para terminar en la supresión de
la familia como célula básica de la sociedad organizada.
Todo esto y mucho más compone el horizonte educativo con el cual el actual
gobierno concurre a la negación de la trascendencia del hombre y de la
mujer, a la relativización de la familia y a la valorización del individuo
aún en contra de la empresa colectiva que es la Nación.
Nuestra Intención con lo dicho es mostrarnos
tal cual somos y exhibir un camino plausible para nuestro país, radicalmente
opuesto a las propuestas y a los ensayos del capitalismo mundialista,
provengan de la izquierda o de la derecha a las que consideramos variantes
de un mismo proceso de descomposición de las naciones y de la nuestra en
particular. No nos engañan los relevos meramente circunstanciales, ni las
combinaciones políticas dominantes con las que se persigue impedir este
indispensable esclarecimiento de la política patria, que en el fondo no
consiste, ni más ni menos que en el amor inteligente por sus tradiciones, la
defensa de su cultura, la explotación de sus riquezas por manos argentinas y
el pleno ejercicio de su soberanía al servicio de un destino de grandeza y
de excelencia.
Gustavo Breide Obeid Presidente
Francisco Miguel Bosch Vicepresidente 1º
Enrique Graci Susini Vicepresidente 2º
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